Hace aproximadamente una semana tuve la oportunidad de leer
un apartado en el famoso periódico "El País", en el que hablaba de
las últimas manifestaciones ocurridas en toda España, y especialmente en
Madrid, con motivo de los abusivos recortes en subvenciones en el ya ancestral
sector de la minería. A pie de página podía observarse una fotografía de la
principal arteria madrileña, la Gran Vía. En la calle, se veían decenas de
miles de personas con pancartas, pitos y camisetas especialmente diseñados para
la ocasión, y, no pude sino preguntarme a qué me recordaba...
El 14 de Julio de 1789, en Francia, fue tomada la Bastilla, símbolo del
absolutismo y joya de la corona nacional. A sus puertas la gran muchedumbre del
pueblo parisino reclamaba, portando hoces y palos, las reformas necesarias para
erradicar el hambre y acabar con los abusos a los que estaban siendo sometidos
desde hacia años. La población tomó el edificio, y empezó a desmantelarlo a un
ritmo frenético. Este fue el principio de un movimiento sumum de los
levantamientos a nivel mundial, la afamada Revolución Francesa.
Al igual que esta, largas y sucesivas revoluciones a nivel
de todo el orbe han sido protagonizadas por los ilustrados e inconformistas,
jóvenes y no tan jóvenes, y en la cuna de todas las culturas.
Si os dais cuenta, el espíritu es el mismo: revueltas,
manifestaciones, corrupciones... la brecha que separa España se ensancha, la
derecha cada vez más extrema y desentendida con los movimientos sindicales, la
izquierda exigiendo las reformas que tras ocho años ellos no han llevado a
cabo, y los nuevos partidos cada vez más críticos y agresivos con los
tradicionales, aventajados por el único factor que impide realizar hacia ellos
reproches o acusaciones legítimas, ya que nunca han tenido la ocasión de
defraudar a la población, y por ello se la ganan con tanta facilidad. Que no es
que pueda desaprobarlo, pero que siempre asusta en cierta medida.
Sin embargo: la calle llena de manifestantes y los juzgados
de políticos acusados de "malversación de fondos y tráfico de influencias",
como si con esos tecnicismos dejaran de ser crímenes.
Nos encontramos claramente ante la "España
idiotizada" que nos muestra Sánchez Dragó, ante un cambio pedido a voces,
y no me refiero en política, ¡qué desgastada está la expresión de "cambio"!.
Pero es así, hay que llamar las cosas por su nombre...
Sin embargo, no hablamos de un cambio tan evidente, ya que
la corrupción, los recortes, la reducción de derechos... a todo esto ya estamos
acostumbrados, son amplias y no tan amplias reformas que siempre han estado
encima de la mesa española, con unos y con otros, en dictadura y en democracia,
ahora y hace treinta años.
Rutina y más de lo mismo, es siempre esa canción y no otra,
la misma "nana" con la que nos adormecen mientras los de arriba cambian,
retuercen, destrozan, cortan, calcinan, reducen, marchitan, destruyen, rajan,
desmiembran, y atropellan nuestra democracia, que ya ha perdido hasta el
sentido lógico y gramatical de los términos clásicos de los que procede, ya que
"demos" se traduce como pueblo, y "cracia" como poder; el
poder del pueblo usurpado por una interminable lista de personas (si se les
puede llamar así), personas, que no políticos, personas que más bien son
expertas en publicidad y marketing, que son tiranos de una profesión cuya
reputación ha sido defenestrada y derruida, personas que han acabado con ese
"ser político" del que habla Platón, y han arrastrado nuestro Estado
de Derecho hasta la pura Demagogia descrita por Aristóteles.
Es triste pensar, más bien recordar ensayos de sociedades
pasadas, que han funcionado, no bien, pero sí mejor que la que se abre ante
nosotros. Es penoso sentir el vacío del que te llena el pensamiento de rotura,
de desorden, de caos propio y sin demora al que nos acercamos, cada vez más,
desde que este intento de corporación, empresa o consorcio que llamamos Estado
se metamorfoseara en la más horripilante antítesis de la Utopía que nos narró
Tomas Moro, hace ya casi seis siglos.
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