domingo, 19 de agosto de 2012

¿A qué me recuerda...?


Hace aproximadamente una semana tuve la oportunidad de leer un apartado en el famoso periódico "El País", en el que hablaba de las últimas manifestaciones ocurridas en toda España, y especialmente en Madrid, con motivo de los abusivos recortes en subvenciones en el ya ancestral sector de la minería. A pie de página podía observarse una fotografía de la principal arteria madrileña, la Gran Vía. En la calle, se veían decenas de miles de personas con pancartas, pitos y camisetas especialmente diseñados para la ocasión, y, no pude sino preguntarme a qué me recordaba...


                        El 14 de Julio de 1789, en Francia, fue tomada la Bastilla, símbolo del absolutismo y joya de la corona nacional. A sus puertas la gran muchedumbre del pueblo parisino reclamaba, portando hoces y palos, las reformas necesarias para erradicar el hambre y acabar con los abusos a los que estaban siendo sometidos desde hacia años. La población tomó el edificio, y empezó a desmantelarlo a un ritmo frenético. Este fue el principio de un movimiento sumum de los levantamientos a nivel mundial, la afamada Revolución Francesa.
Al igual que esta, largas y sucesivas revoluciones a nivel de todo el orbe han sido protagonizadas por los ilustrados e inconformistas, jóvenes y no tan jóvenes, y en la cuna de todas las culturas.
Si os dais cuenta, el espíritu es el mismo: revueltas, manifestaciones, corrupciones... la brecha que separa España se ensancha, la derecha cada vez más extrema y desentendida con los movimientos sindicales, la izquierda exigiendo las reformas que tras ocho años ellos no han llevado a cabo, y los nuevos partidos cada vez más críticos y agresivos con los tradicionales, aventajados por el único factor que impide realizar hacia ellos reproches o acusaciones legítimas, ya que nunca han tenido la ocasión de defraudar a la población, y por ello se la ganan con tanta facilidad. Que no es que pueda desaprobarlo, pero que siempre asusta en cierta medida.
Sin embargo: la calle llena de manifestantes y los juzgados de políticos acusados de "malversación de fondos y tráfico de influencias", como si con esos tecnicismos dejaran de ser crímenes.
Nos encontramos claramente ante la "España idiotizada" que nos muestra Sánchez Dragó, ante un cambio pedido a voces, y no me refiero en política, ¡qué desgastada está la expresión de "cambio"!. Pero es así, hay que llamar las cosas por su nombre...
Sin embargo, no hablamos de un cambio tan evidente, ya que la corrupción, los recortes, la reducción de derechos... a todo esto ya estamos acostumbrados, son amplias y no tan amplias reformas que siempre han estado encima de la mesa española, con unos y con otros, en dictadura y en democracia, ahora y hace treinta años.
Rutina y más de lo mismo, es siempre esa canción y no otra, la misma "nana" con la que nos adormecen mientras los de arriba cambian, retuercen, destrozan, cortan, calcinan, reducen, marchitan, destruyen, rajan, desmiembran, y atropellan nuestra democracia, que ya ha perdido hasta el sentido lógico y gramatical de los términos clásicos de los que procede, ya que "demos" se traduce como pueblo, y "cracia" como poder; el poder del pueblo usurpado por una interminable lista de personas (si se les puede llamar así), personas, que no políticos, personas que más bien son expertas en publicidad y marketing, que son tiranos de una profesión cuya reputación ha sido defenestrada y derruida, personas que han acabado con ese "ser político" del que habla Platón, y han arrastrado nuestro Estado de Derecho hasta la pura Demagogia descrita por Aristóteles.
                                       Es triste pensar, más bien recordar ensayos de sociedades pasadas, que han funcionado, no bien, pero sí mejor que la que se abre ante nosotros. Es penoso sentir el vacío del que te llena el pensamiento de rotura, de desorden, de caos propio y sin demora al que nos acercamos, cada vez más, desde que este intento de corporación, empresa o consorcio que llamamos Estado se metamorfoseara en la más horripilante antítesis de la Utopía que nos narró Tomas Moro, hace ya casi seis siglos.


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